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Historias de citas memorables

Historias de citas memorables

“Buaaa, no te vas a creer lo que me ha pasado. Ayer salí con un chico y…” Venga, la que no haya vivido un momento épico en alguna de sus citas, que tire la primera piedra. Hemos recopilado en la ofi Confidential las mejores anécdotas. Historias divertidas, románticas, un poquito flipantes, fiascos de campeonato o situaciones vergonzosas, pero muy graciosas. Todas vividas por mujeres reales (amigas nuestras, claro, a nosotras no nos han pasado estas cosas… ¿o sí?)

¿Una anécdota que compartir con nosotras? Comenta en nuestra publicación de Facebook aquí o de Instagram aquí, y cuéntanosla. ¡No hay mejor manera de pasar el 14 de febrero!

Fiasco motero: “Quedé con un guaperas que era súper motero. Pero rollo que su Harley Davidson era lo más valioso que tenía en la vida, más que cualquier miembro de su familia. Total, que cenamos en un mexicano y yo me puse hasta arriba de Margaritas. Cuando me fue a llevar a casa me subí en la moto. Un pie lo coloqué bien, el otro se me hizo bola y no sabía dónde ponerlo. No encontraba su sitio, pero me acomodé sin más y me dediqué a disfrutar del viaje mientras mi casco daba golpecitos con el suyo (a mí me parecía bastante romántico, pero creo que a él no le hizo mucha gracia). Cuando llegamos olía todo a chamuscado. El chico me dice “¡No me lo puedo creer!”. Yo no entendía nada. Me miro y veo que tengo mi zapatilla, la típica deportiva de goma, completamente derretida. En estado líquido. Resulta que había metido el pie en el tubo de escape. Le dije: “Ah bueno, no te preocupes, son de Zara, tampoco gran cosa”. Pero el tío estaba preocupado porque le dejé su pequeño tesoro lleno de pequeñas bolitas blancas de goma”. (Fuente: una amiga de Ana).

La tardona con final feliz: Un chico me citó a las 19:30 de la tarde de un viernes en una calle por Argüelles. Yo, que soy una tardona y que ese día estaba mala, llegué una hora tarde porque, vamos a ver, ¿quién queda un viernes a esas horas? En fin, voy corriendo como alma que lleva el diablo, cuando me manda un WhatsApp: “Intenta llegar antes de las ocho y media, por favor”. Eran y 25 y yo pensaba que estaba cabreadísimo. Pero no. Cuando llegué a su encuentro había una cola inmensa delante de un restaurante (que resultaba ser el sitio donde me había citado) y yo, que no entendía nada, en ese momento me di cuenta: el hombre llevaba hora y media en la cola de Nakeima… ¡solo! Me había puesto el WhatsApp únicamente para asegurarse de que pudiéramos cenar (el restaurante no acepta reservas y si no están todos los comensales del grupo cuando “pasan lista”, te saltan y no entras). Así que sí, pudimos cenar. Y sí, la espera le mereció la pena ;-)”. (Fuente: una amiga de Paloma).

Fracaso épico por camarera imprudente: “Estaba en un bar de Ponzano con un chico con el que llevaba saliendo un par de semanas. Nada serio, pero vamos, me encantaba y él parecía interesadísimo también. Total que pedimos unos vinos, empezamos a hablar y, al rato, cuando queremos ordenar la comida, se acerca una camarera diferente (a la que nos había servido los vinos, claro) y lo saluda diciendo: “hombre, otra vez por aquí Fulano… Siempre vienes con una diferente, ¿no?” Él se puso verde de la vergüenza y la saludó muy rápido sin contestarle nada a su frase épica, mientras  yo solo podía pensar “¡la cuenta, por favor!”. Al final, le entró la risa nerviosa y me dijo “vaya camarera más imprudente” y yo, asintiendo con la cabeza le respondí, “menos mal que no te pasó eso estando con una novia”. Nos echamos unas risas, pedimos finalmente la cena y desde ese día somos amigos… solamente amigos y nada más.” (Fuente: una amiga de Alejandra).

La Meghan Markle que no fue…: “Esta es una cita memorable que prosigue con una aventura memorable, así que voy a contar toda la historia. Yo tenía dos billetes de avión ida y vuelta gratis para ir adonde quisiera en el mundo (me los habían dado por un overbooking de regreso de Cuba que duró 4 días). Me los tenía que gastar sí o sí porque caducaban, pero no tenía a nadie con quién ir. Por esos días, me mandan a una convención en París y conozco a un chico. Él, abogado inglés de buen ver y con la voz más cálida del mundo (me pueden los acentos). Yo, abogado española. Congeniamos… a las 5 de la mañana entre baile y copa, todo hay que decirlo, hablamos de cómo molaría ir al Carnaval en Brasil, le digo que le invito (tenía mis dos billetes), me pide el teléfono y ya, cada uno de vuelta a su casa (o eso creía yo). A la semana, me llama y me pregunta si sigue en pie lo de Brasil. Me hacía gracia (ay, ¡los acentos!), así que le digo que sí y al mes estaba yéndome para dos semanas con un perfecto desconocido a Salvador de Bahía.

 Nada más despegar (quedaban 10 horas de avión), me coge de la mano y me suelta que es un “Born Again Christian”. Y que claro, antes de casarse, él, nothing de nothing. Me quedo con cara de póker (what? ¿casarse? ¿cómo que born-again? ¿Qué es born-again (es esto, leed varias de las definiciones…)? ¿Está loco? ¿No te parece un detallito que podrías haberme contado antes de auto-invitarte?) pero bueno, no pasa nada, ¡vamos a Brasil a divertirnos! Pasamos dos semanas geniales donde, obviamente, nos liamos (pero muy cristiano todo ;-) y volvemos cada uno a su casa (again) yo a Madrid y él a Londres.

 Pasan unos meses durante los cuales la cosa va (epistolarmente) a más e ¡incluso me invita a la boda de su hermana! Yo flipo un poco (no sé si estamos como para invitarnos a bodas) pero bueno, me meto en su Facebook, en el que nunca me había metido (lo sé, lo sé…) para ver la cara de su hermana y deducir un poco el rollo con el que habrá que vestirse. Obviamente, no encuentro nada sobre su hermana. Lo que sí encuentro es 1) Fotos de su casa de campo (está forrado), 2) Fotos de vacaciones en su casa de campo… con su novia (tiene novia), 3) Los podcasts de sus sermones (resulta que el chico es abogado la semana y pastor anglicano los fines de semana). The end.” (Fuente: una amiga de Chloé).

El hambriento: “Una mañana iba andando por la calle en Nueva York cuando un chico me para y me pregunta: "¿Eres brasileña?". "No, soy española", contesté. "Me encantaría conocerte mejor. “¿Quedamos para cenar hoy a las 8 PM en este mismo sitio?” Sé que suena a locura pero estaba de vacaciones y acepté. Por la tarde llego a la cita (yo había estado dudando todo el día si era mejor no ir, pero al final me arriesgué) y me lleva a cenar a un restaurante en Central Park. Hasta aquí, todo bien. Pero nos dan la carta y dice, “no hace falta, lo queremos todo”. “¿Todo?”, dice el camarero sin entender. “Sí, todo”. Imagínate, ahí estoy yo flipada mientras empiezan a poner mesas supletorias alrededor de la nuestra para poder colocar TODOS los platos de la carta... Comimos de todo mientras interiormente yo me moría un poco de la vergüenza porque parecía que no hubiéramos comido en un año y, claro, la gente nos miraba impresionada, pero eso no es lo que hace la cita memorable. Lo que la hace memorable es que después de todo el paripé para impresionarme, ¡fue una de las citas más aburridas en las que he estado en mi vida! Os podéis imaginar al personaje hablando de él mismo sin parar como si fuera un monólogo, zzzzzz… Vamos, que solo me dejaba abrir la boca para comer. Al terminar la cena (Yo pensando en los pobres niños que no tienen para comer. ¡Ay si estuviera aquí mi madre!), me piré enseguida sin darle ni dos besos. Obviamente, no lo volví a ver ever again. Eso sí, la anécdota me ha dado para rato.” (Fuente: una amiga de Carmen).

Álvaroooooo: “Vale, primero para entender la anécdota, tenéis que saber que tengo una obsesión con el nombre de Álvaro. Me parece el nombre de chico más bonito del universo. No sé, siempre me ha llamado la atención. Ahora la cita: pues resulta que un día, aburrida en mi casa, me meto en una web americana de ligoteo (OK Cupid, recomendadísima) y empiezo a chatear con un chico que me hace gracia. En la web, no se ponen los nombres, sino apodos. El mío era algo rollo Paquitalatortuga y el suyo Dragónazul. Al mes de estar chateando (eso ya me daba buena espina, que no quisiera quedar enseguida) me dice para quedar. Sííííííííííííííííííííííííí, ¡claro que quiero quedarrrrrrrr! (lógicamente, me hago más la indiferente cuando le contesto). Quedamos, empezamos a hablar y de repente me pregunta: “¿cómo te llamas?” (porque a todo esto, habíamos estado un mes llamándonos de Paquita y de Dragón), Le contesto: “Menganita, ¿y tú?” “Álvaro”. ¿Cómoooooooo? Se lo hago repetir porque tiene acento e igual no lo he entendido bien. “Álvaro”, repite mientras salen angelitos de los cielos con sus trompetas y se ponen a centellear todas las estrellas del firmamento. Me enamoré ahí mismo. Hoy estamos casados J.” (Fuente: amiga de Chejo).

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